El Bolero de Ravel: galardón a la monotonía
Informándome un poco de tal
singularidad, pareciera que Maurice Ravel, compositor francés de esa pieza
musical en 1928, tenía dos rasgos particulares de cuya combinación pudo haber concebido
tal inspiración: era perezosillo a la hora de escribir, y tenía fuerte pasión
por marcarse metas y superarlas.
Entonces posiblemente debido a
tal indolencia, hizo una melodía que pareciera ser siempre el mismo sonsonete. Escuchando
por ejemplo el imperturbable golpeteo del redoblante, se nota que siempre es el
mismo de principio a fin (compases que se ejecutan 169 veces a lo lardo de toda
la partitura). Y para superar el reto de hacer una creación que fuese delicada
y absorbente, utilizó según los críticos la técnica de la orquestación: una
acumulación constante de instrumentos que repiten la misma música cada vez más
fuerte. Cuando a Ravel se le agota la flauta, el clarinete y el fagot, empieza a añadir el oboe de amor, (ligeramente
más largo que el oboe), la trompeta y el saxofón con afinaciones poco
habituales.
***
Al inicio, las sugerentes manos
del director casi inmóviles, apenas se deslizan sutilmente delante de los
músicos, invitándolos a ejecutar los instrumentos con luminosidad gozosa: decididamente
en instantes brotarán las primeras notas musicales sobre un entorno ansioso.
Diáfana, penetrante, inicia la flauta…
Después se da un aumento gradual
en la intensidad del sonido (el crescendo), lo que provoca que en ningún
momento el espectador tenga la sensación de aburrimiento, y más bien lo asimile
con agradable motivación.
Luego los movimientos enérgicos
de la batuta indican que toda la orquesta debe entrar en acción: las cabelleras
de los ejecutantes oscilan al compás de los acordes, y los arcos se deslizan al
unísono sobre las cuerdas de los violines. Coincidentemente las frecuencias
vibratorias energéticas del espectador llegan a límites críticos, y sus terminaciones
nerviosas parecieran adoptar el movimiento de las magnéticas manos del conductor
musical. Debido al carácter y a la intensidad de la partitura, el maestro permanece
bien afianzado en su peana puesto que debe mantener el equilibrio corporal.
Hacia el final, las membranas de la
percusión retiemblan; se escucha un gran acorde disonante que pareciera
retorcer nuestros tímpanos; y, como si se tratase de un edificio que súbitamente
se agrieta, la melodía concluye con una especie de “derrumbe”.
***
Cabe destacar que esta aclamada pieza
musical ha sido interpretada en películas, series de televisión, documentales y
videojuegos.
En el filme el bolero de Raquel
(1956), el eximio comediante mexicano Cantinflas, baila jocosamente esta
afamada composición.
La banda sonora de la película
alemana Anatomía de un acto de amor (1969), exhibida en San José, Cota Rica,
tiene como tema de fondo precisamente el célebre bolero.
De igual manera, la inolvidable española
Lola Flores lo baila magistralmente, en la película la Faraona (1956).
Finalmente y para sorpresa y deleite de los más de 5.000 millones de
televidentes de todo el mundo, durante el encendido del pebetero en la
ceremonia de Inauguración de los juegos olímpicos Tokyo 2020, las seductoras notas
del Bolero de Ravel, 93 años después de su creación, saturaron la atmósfera del
nuevo estadio olímpico.
Colofón
Cuando una composición musical
impregna tan profundamente las fibras del oyente, y ablanda sus emociones cuando
la escucha, acaso existiría en su subconsciente una conexión remota con esa interpretación.
Entonces ciertos recuerdos gratos podrían manifestarse maquinalmente: digamos el
estudiante enamorado que oye la Marcha Triunfal de Aida, y revive el desfile de graduación. O la
excitación de un apasionado seguidor de la historieta el Llanero Solitario, al percibir los últimos
cuatro minutos de la sublimante obertura de Guillermo Tell.
¿Entonces, cuál otra
reacción debería esperarse de un músico en ciernes, que en su infancia ya está manoseando
un instrumento musical, y concurrentemente empieza a desarrollar complacencia y
sensibilidad musical?
***
Así que aliviemos la mente del
ajetreo cotidiano y disfrutemos de este soberbio espectáculo[2],
en realidad, un galardón a la monotonía.
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